Lo caótico, descontrolado e inconsciente de uno mismo: notas sobre El rincón del Alberche
El rincón del Alberche
Vídeo: Hijos y los vendemos
Realización: Tino Varela
Performance: Patricia Leguina
España, 2015
«…es como la fotografía, tú lo que haces es buscar un encuadre y lo que esta dentro genera la imagen
[…] ahí podría estar lo interesante».
«¿Por qué ahí?» —pregunta el interlocutor.
Un recuerdo es volver a sentir, emocionarte en cierto grado, por un momento del pasado que termina un poco contaminado por nuestra percepción presente y nuestra añoranza. El cortometraje titulado El rincón del Alberche constituye un recuerdo continúo de la familia, la infancia, los objetos sentimentales y todo aquello que configuran a la protagonista y al momento narrado.
No es extraño que todo gire al rededor de la imagen pues ha sido creado por dos artistas multidisciplinares como son Patricia Leguina y Tino Varela. En un nivel las imágenes las construye la protagonista a través de su discurso y del performance. Recrea su pasado, por lo que a la vez imprime su propia imagen y la encuadra desde su propia retórica. Ella es quien habla de “dar un paseo a otro mundo de lo imaginario” pero, ¿su imaginario tan solo se restringe a esa nostalgia del blanco y negro, de los planos abiertos donde ella está sola? ¿o a cruzar puertas, ver a través de ventanas, caminar en un terreno que va reinterpretando con mucha distancia de por medio? ¿o tan solo es el reconstruir, imaginariamente, esas ruinas que alguna vez protegió todas esas anécdotas familiares que, directa o indirectamente, nos cuenta?
Por otra parte, y a otro nivel, la fotografía del corto recuerdan mucho al arte holandés del siglo XVII, por el uso recurrido del doorkijkje (técnica empleada en la pintura donde en primera perspectiva aparece parte de la figura de una puerta, una ventana o una cortina; elemento que enmarca la escena principal). Hay un juego que se crea con la perspectiva y con el receptor, éste es quien mira desde el exterior al interior de un lugar, atravesando puertas, pasillos o muebles y de esta manera nos adentramos a una cotidianidad privada que ya no existe, todo esto recuerda a las obras de Vermeer (a quien en algún momento se hace una referencia). No hay que olvidar que intimidad significa un espacio exclusivo, propio, “un círculo inviolable».
En este proyecto todo surge por la narradora, quien desde su retórica recrea ese pasado tan íntimo que obliga al receptor a adentrarse, y cruzar por encima de piedras, deshechos, escombros y demás mientras que reconstruye, con una tiza, pedazo a pedazo aquellas reuniones familiares. Es de esta manera que se “devela” la intimidad, se logra crear una relación cercana con el espectador, semejante al pacto autobiográfico que toda obra en primera persona provoca al propiciar una atmosfera de intimidad. Este efecto es muy cautivador, pues hace que el receptor se sienta como un voyeur en este caso (situación que no se ha perdido desde el siglo XVII) y, rompe esa privacidad cotidiana y ajena.
La familia es el origen de muchas cosas, pero también es el cabo de otras tantas y su paso, junto al nuestro, lo va revelando al momento en que nosotros mismos (en la mayoría de los casos) reproducimos ciertos patrones. Lo importante es sumergirnos en esos otros mundos que nos ofrece nuestro entorno, los cuales están cargados de información, muchas veces imperceptible, motivo por el cual tenemos que recurrir a la reflexión (un valor últimamente muy subestimado). En cuanto al vídeo, el receptor se limita a ser parte de ese recorrido abierto, lo hace sorprendido, desde la curiosidad, trabaja desde la memoria y es ella quien nos hace cuestionarnos y pensar en todas nuestras «ruinas» por las que hemos pasado, sin deshacer nuestros pasos para contar nuestra historia.
Al final, El rincón del Alberche es un pedazo esférico de intimidad que se recrea del pasado, con una fotografía impecable, un discurso que parece ser no estaba planeado para configurarse tan intimista. En el corto se dibuja la historia con carbón sobre los escombros, al estar desprotegidos y sin techo, cualquier día esos trazos se desdibujarán, como todo aquello que existió en esa misma casa y en nuestras vidas. También se bosqueja la historia familiar como un recuerdo sobre recuerdos; como un reescribir sobre lo escrito, reflexionando su historia, su infancia, sus reuniones… Es como mapear esos pasos que se archivan en su memoria, una etapa perdida donde solo se construye en su mente y se apoya de recursos externos, o referencias, para motivar la exaltación a esa época vivida por el sujeto. Como bien se dice en el corto: «nosotros somos lo que recordamos».
Todo esto me recuerda a lo caótico, descontrolado e inconscientes que podemos llegar a ser en nuestra mente o en nuestro día a día en pleno siglo XXI. No nos detenemos más en otras cosas que en nuestros propios recuerdos, los cuales los tenemos abandonados y nuestras reflexiones, por más simples y apáticas que puedan llegar a ser, cada vez son menos o más fugaces. Al final… recordar es un ejercicio intimista y tiene un grado político, propio de nuestra identidad y que nos construye y nos diferencia, inconscientemente, de los demás.
Jesús Burrola,
Madrid 2016.